domingo, 12 de junio de 2011

Tecléame despacio que no te entiendo

Desde hace un par de décadas convive sin darnos cuenta entre nosotros un nuevo lenguaje, cuyas formas, lógica interna y claves de éxito vienen impuestas por una secreta alianza entre las nuevas tecnologías y el espíritu humano.
Los que nos dedicamos de una forma u otra a educar no podemos dar la espalda a esta relación permanente entre el ser humano y su medio, que se radicaliza especialmente en la etapa adolescente.
Con el vertiginoso desarrollo de la electrónica casi podemos decir que la adolescencia y las tecnologías de la información y comunicación (TICs) viven en profunda y perfecta simbiosis, encontrándonos como en lo digital poseen nuestros jóvenes una nueva codificación, un corpus de mensajes, contenidos, símbolos y mecanismos que conforman en sí un nuevo lenguaje.
La era digital es el espacio de una distinta forma de vivir, percibir y manejar la realidad. Una emergente cultura del mensaje sonoro y visual, que produce cambios físicos y químicos a nivel cerebral. Una cultura en la que la acción y el comportamiento, son más importantes que las palabras: estar y hacer, están por encima del discutir.
Nuestras percepciones están condicionadas por las TICs, no sólo representan un instrumento distinto de expresión, sino que además condiciona la percepción de la realidad y las relaciones entre ésta y las personas, y se constituye como un novedoso método de aprendizaje, que prescinde de lo alfabético y acentúa lo relacional.
La neurología actual atribuye distintas funciones a los hemisferios cerebrales. Pues bien, las nuevas plataformas de comunicación audiovisual provocan un hiperdesarrollo de las carcaterísticas del lado derecho de nuestro cerebro, la emoción, la intuición, la percepción global y el reconocimiento de las figuras. Por el contrario, la escritura alfabética conduce a una hipertrofia de las funciones del cerebro izquierdo: abstracción, lógica y percepción de los detalles, condicionando un nuevo conocimiento de la realidad.
Esta era digital ha alumbrado otra cultura, caracterizada, según el sacerdote oblato Pierre Babin, experto en comunicación y fundador del CREC (centro de investigación y educación en comunicación) por:
- ser una cultura en la que el deseo y el corazón son más importantes que las ideas.
-  la acción y el comportamiento son más importantes que las palabras.
-  es una cultura con memoria, domina la imagen y el sonido.
- preocupada por el entorno y la naturaleza. Defiende los valores de la pertenencia y de la participación.
- es una cultura de la gestación y por tanto, de la paciencia y de la espera hacia una realidad que debe aparecer.
Vemos pues que estamos en una cultura en la que los medios empiezan a tomar conciencia de que existe otro tipo de pensamiento; mientras que el pensamiento que está unido a las palabras, divide la realidad en estructuras, el pensamiento de lo simbólico, más unido a los medios digitales, une esta misma realidad.
La revolución mediática es ante todo, una revolución de las percepciones. Las nuevas tecnologías en la comunicación no nos deshumanizan, sino al contrario afinan nuestras percepciones. Con un correcto aprendizaje y tomando conciencia de nuestro entorno, podemos captar la realidad con mayor claridad.
Es la emoción, uno de los componentes que ayudan a cruzar el umbral de entrada al mundo de lo audiovisual y por tanto se constituye como clave para trabajar la promoción y la educación para la Salud. Para todas y todos los que nos dedicamos a esta maravillosa aventura se presentan nuevos retos, nuevas respuestas para entender el comportamiento humano y aprender nuevos recursos surgidos de la propia cultura. Aunque existen muchas voces que piensan lo contrario, mi opinión es que de esta generación que vive esta realidad, sí puede surgir la solidaridad y la humanización de la cultura, porque es una tecnología que puede desarrollar el espíritu.
Como promotores de la salud debemos ser capaces de incorporar este lenguaje y este estilo de hacer y pensar en nuestros programas. Debemos conocerlo, aprenderlo y ponerlo en práctica, no sólo para entendernos con los destinatarios y ser conscientes del potencial mediático que posee, sino especialmente para poder entrar en lo que se ha llegado a llamar la totalidad del ser humano.

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